El vestido artesanal de la señorita La Guajira, Lilia Ballesteros Egurrola, es un homenaje a la figura del palabrero wayuu. Desde la vastedad luminosa de La Guajira, donde el viento susurra en wayuunaiki y el sol dora los sueños del desierto, surge nuestra representante, la Palabrera, símbolo de sabiduría, conciliación y respeto.
Su indumentaria, tejida en hilos de colores tinturados con el árbol del Dividivi, nace de la tierra misma y de la memoria de su pueblo. Cada hebra lleva el pulso de una historia, la voz de una mujer que teje con paciencia los significados de la vida.
El diseño se inspira en la figura del pütchipü’üi o Palabrero wayuu, mediador ancestral reconocido por la UNESCO en 2010 como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, por su sistema de justicia tradicional basado en la palabra, el respeto y el equilibrio.
Sobre sus hombros descansa una gran estola elaborada con sombreros wayuu, emblema de identidad y símbolo de dignidad; en su cabeza porta el karatzu original, insignia de poder espiritual. En sus manos, el bastón representa la autoridad de la palabra justa, y el carratsu —la mochila tradicional— guarda la memoria colectiva de su comunidad.
Cada pieza del traje es un símbolo:
– El bastón, la voz que guía y reconcilia.
– El sombrero, la sabiduría que protege.
– El carratsu, la historia que se teje y se transmite.
– Los tonos vibrantes entre tierra, ocres y terracotas, evocan el paisaje del desierto guajiro incluyendo la fauna y flora, cuna de palabra y viento.
Esta obra maestra, coordinada y realizada por la artesana Rita Payares, bsjo la dirección de Alfredo Barraza rescata la herencia viva de los telares guajiros y la transforma en lenguaje visual de respeto y unidad.
En su andar pausado, la Palabrera honra al mediador que usa la palabra como puente y no como arma, que sana con su voz y reconcilia con su sabiduría.
Que este vestido, nacido del desierto y del alma, lleve consigo el anhelo de los colombianos de que la paz se extienda por toda la nación como una brisa cálida que toque cada corazón.
Ella avanza con la promesa de ser voz, símbolo y puente: testimonio de una Colombia que se reconcilia consigo misma.
Porque la belleza más alta no está en el adorno, sino en el espíritu que busca armonía;
y porque en La Guajira —cuna de palabra y viento— aún resuena el eco sagrado de una verdad eterna:
que la paz también se puede vestir.
