
Cuando llegan los veintitantos comienza el bombardeo de anuncios de cremas antiarrugas, normalmente protagonizada por mujeres que no tienen ni una marca en la piel. “Por prevención” nos dicen. No vaya a ser que se te olvide que cada año que pasa estás más cerca de ser considerada una mujer madura.
Con las arrugas llega también un cambio en nuestro estatus social. Nos da pánico entrar en otra categoría, así que intentamos retrasar las marcas del tiempo al máximo posible. Ya simplemente el concepto <<antiarrugas>> me retumba bastante. ¿No les parece increíble que tengamos las mujeres semejante miedo a algo que, por defecto, es inevitable? Todas envejecemos. Todos tendremos tarde o temprano, surcos en nuestra cara. Manchas, zonas flácidas, supongo que es el miedo a la muerte lo que nos hace rechazar los cambios en nuestro cuerpo; como si fuesen una marca visible de que estamos más cerca de la tumba. Por este mismo motivo consideramos un piropo que alguien nos ponga menos años de los que en realidad tenemos. Es sinónimo de ser más deseables de lo que nos corresponde por edad.
¡Tremendo halago¡ La mujer madura debería ser representada como un ser poderoso, en cuanto a que conoce su cuerpo y su belleza por la sabiduría otorgada por su experiencia; no como un saco de inseguridades preocupado por las hendiduras de su piel, yo quisiera un mundo donde mostremos las arrugas de nuestra piel con el orgullo de quien conoce la vida, el problema principal es que la vejez está oculta, barrida debajo de la alfombra de nuestros referentes. La narrativa cultural no incluye a los mayores y por eso cuando envejecemos, tenemos miedo a dejar de existir. Olvidados, eliminados por no cuadrar en un mundo que ya no está hecho a la medida de nuestros gustos ni necesidades, queremos parar el mundo y sentirnos como antes, conseguir poderes mágicos que nos permitan parar nuestro reloj biológico.
Sin embargo, creería que un ligero cambio de perspectiva ayudaría inmensamente a eliminar el estigma que gira alrededor del envejecimiento y que nos enseña que hacernos mayores es inherentemente malo. Un cuerpo arrugado es un cuerpo que ha vivido, por supuesto, echémosle protector solar, sèrums hidratante, contorno de ojos, Botox, ácido hialurónico y todo lo que nos apetezca, pero siempre con la intención de cuidar nuestro físico y destacar nuestra belleza, no intentando ocultar nada.
Es una batalla que nunca vamos a poder ganar e intentar siquiera librarla resulta en fuente de complejos y una desilusión infinita. Si trazamos una línea entre el miedo a envejecer, la frustración por no encajar en los estándares de belleza convencionales y la presión social, la intersección nos señalará un tema que nos provoca rechazo y curiosidad a partes iguales. Vivimos en un mundo donde se nos hostiga a intentar asumir un ideal físico inalcanzable y, sin embargo, confesar que has manipulado o modificado tu cuerpo para poder llegar ahí donde te encuentras sigue siendo considerado un tabú, ¿Quién entiende a la sociedad entonces?